Agradecer no es cortesía, sino la señal de un poder
extraordinario
Por Edith Sánchez
Agradecer para muchos es un acto de cortesía casi automático.
Dar gracias cuando te dan un regalo, cuando te hacen un favor o cuando otros
tienen un gesto de amabilidad. El resto del tiempo no parece que sea importante
agradecer por algo. La gratitud, entonces, se ha reducido a unas circunstancias
específicas, básicamente de corte social.
Incluso en esas situaciones puntuales en las que cabe agradecer,
muchas veces la gratitud no se experimenta desde el fondo del corazón. Sólo en
los casos más extremos decimos “gracias” con total convicción. Y pasado un
tiempo el sentimiento se desvanece.
“Seamos agradecidos con las personas que nos hacen felices,
ellos son los encantadores jardineros que hacen florecer nuestra alma.”
-Marcel Proust-
Habrá quien piense que esto es lo adecuado. De eso se trata:
decir “gracias” en el momento justo y, si es posible, devolver el favor, o la
atención que nos han prodigado. ¿Para qué más? Aunque en el mundo actual eso
sea cierto, actuando de esa manera en realidad estamos banalizando la gratitud.
Olvidamos que esta es una fuerza extraordinaria, que contribuye a tener una
mejor salud mental y que, muchas veces, desaprovechamos.
Agradecer es mucho más que decir “gracias”
¿Por qué a muchos les cuesta agradecer?
Hay muchas personas que sienten que no tienen nada que agradecerles
a los demás.
Enumeran detalladamente las ocasiones en las que necesitaron
algo y no recibieron la ayuda esperada. O la infinita cantidad de situaciones
en que dieron algo a los demás y no fueron correspondidos. Su balanza entre lo
que dan y lo que reciben siempre se inclina en contra de la gratitud.
Probablemente opera una lógica en la que los demás siempre están
en deuda.
Se espera de los otros más de lo que pueden dar y, por eso,
obviamente, siempre se quedan cortos. Creen que “pudieron haber dado más”. Así
que, ¿por qué agradecer?
Quienes así piensan, suelen ser personas muy mimadas o cuyo ego
ha sido exaltado desmedidamente
Cuando hay una alta dosis de narcisismo nunca será suficiente lo
que den los otros, o lo que les proporcione la vida. Siempre van a sentir que
se merecía más y, por supuesto, van a existir muchos más motivos para renegar
que para agradecer.
La gratitud tiene poder
El agradecimiento es algo que se da al otro, a los otros, o a
algo abstracto. Pertenece al mundo del dar, no del recibir. Pero como se
anotaba antes, el sólo hecho de estar en actitud de agradecer, implica un
gusto, una satisfacción, una suerte de felicidad. También ennoblece el corazón.
De no ser por las acciones de otros, probablemente, ni siquiera
estaríamos vivos.
Si lo estamos es gracias a esa madre que nos gestó, que sufrió
los dolores del parto para darnos a luz y que preservó nuestra vida cuando no
podíamos hacerlo por nosotros mismos. No importa si ella misma no estaba lista
para ser madre, o si pudo hacerlo mejor. Es solo acto de la maternidad ya
implica una ofrenda. También cuentan quienes ayudaron a que naciéramos, a que
creciéramos, a que no muriéramos en esos vulnerables primeros años.
De ahí en adelante tenemos maestros que nos han instruido,
compañeros de juegos, a veces amigos que nos han escuchado, a veces amores que
han apostado por nosotros, a veces gente que ha confiado en nuestro trabajo.
Nuestro día a día es posible gracias a muchas personas, pero a
veces no lo notamos.
No somos capaces de ver su gran aporte. Más bien nos
concentramos en lo que dejan de hacer.
Vivir agradecidos es vivir muy cerca de la felicidad. Más que una
virtud, o un valor, es una actitud frente a la vida.
Sólo se puede agradecer si se es humilde. Si se comprende que
nadie nos debe nada, ni tiene la obligación de complacernos. Cuando entendemos
eso, damos un gran paso hacia adelante.
Edith Sánchez
La Mente es Maravillosa
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